Ya era un fenómeno, ya era uno de los corredores más fuertes del pelotón. Sin embargo, Eddy Merckx, que en mayo de 1968 aún no había cumplido los 23 años, seguía sin ser descubierto en las Grandes Vueltas. En aquel Giro de Italia llegaba con el maillot de campeón del mundo, recién triunfado en la París-Roubaix, y muchos le señalaban como el gran favorito, aunque hasta entonces sólo había corrido una Gran Vuelta, la Corsa Rosa del año anterior, en la que había terminado 9º.
Merckx estaba nervioso y, elegido por todos como el gran antagonista de los italianos, no tenía ganas de esperar, de ser paciente, de actuar de rebote. Así que en la primera etapa, la Campione d’Italia-Novara -que había sido precedida por un prólogo en Campione d’Italia- puso inmediatamente su firma, colocando un golpe de finisseur. ¡Paaaam! Inmediatamente en la Maglia Rosa, la primera de las 77 que llevaría (un récord absoluto, no hace falta decirlo).
Fue un poco chocante para todos, porque las Grandes Vueltas son carreras de eliminación, carreras para ver quién ahorra más energía, se esconde y llega más fresco a las grandes montañas, y en cambio Merckx ni siquiera quiso esperar hasta la segunda etapa. Pero no todo el mundo comprendió que este tipo estaba a punto de llevar al ciclismo a una nueva era, la era del Caníbal.
Novara acogía por primera vez la llegada de una etapa del Giro y en ese momento quizá no se dieron cuenta de que quedaría para siempre en la historia, inaugurando la cuenta de legendarios maillots rosas de Eddy. Merckx lo “perdería” dos días más tarde a manos de Michele Dancelli, sólo para recuperarlo en las Tre Cime di Lavaredo, en la Etapa 12, y llevarlo hasta el final, donde celebraría su primer Giro de Italia en Nápoles.