Etapa 11: Perugia - Montalcino. El lazo rosa
Es impensable separar el Giro d’Italia de la maglia rosa, sobre todo en el año en que esta niña cumple noventa años. Aunque suene a frase de chocolate, se podría definir el Giro como un apóstrofe rosa entre dos ciudades, no siempre las mismas. Una cinta larga de color carne -o melocotón, salmón, rosa antiguo, polvo, plumas de flamenco-: en el curso de su larga historia, el símbolo de la supremacía ha cambiado a menudo de tonalidad, sin abrazar una fija, entre Turín y Milán, como este año, o entre Milán y Milán, como en las ediciones inaugurales, la de 1909 o incluso la de 1931. A su manera, dos primicias: el estreno absoluto de la carrera y el nacimiento de la maglia rosa.
La unión, ahora prácticamente inseparable, tiene, de hecho, una fecha de inicio: hasta 1930 el líder de la carrera no estaba marcado por ningún signo. La maglia rosa debutó al año siguiente y encontró inmediatamente un ávido cazador en Learco Guerra. Tal vez porque ya había tenido la oportunidad de saborear lo que era vestir de amarillo en el Tour de Francia durante varios días el año anterior. O tal vez porque la primera etapa de aquel Giro terminó en casa, en Mantua: ser el primero en señalar con colores que lo era, justo entre amigos y familiares, resultó ser un sueño capaz de hacerle destrozar el primer sprint. Y fue tan fuerte alimentar pensamientos ambiciosos para el futuro, tanto como para tomar el bis ya al día siguiente.